El mito de don Juan

Entre la segunda mitad del siglo XVI  y el siglo XVII puede situarse la etapa del Siglo de Oro, uno de los períodos más brillantes del arte español. Mientras la sociedad española entra en declive a causa de la progresiva ruina del Imperio por querer mantener las colonias, se desarrolla la gran corriente artística: el Barroco.

Con el Barroco se abandonan las formas sencillas del Renacimiento y se da paso al dinamismo y a la complicación. Es un arte cargado de contrastes: luz-oscuridad, materia-espíritu, lujo-miseria. El hombre ha dejado de ser el centro del universo. Se busca la trascendencia y la muerte pasa a ser un tema recurrente. El hombre barroco se pregunta quién es. ¿Quién soy ‘yo’? y ¿Qué es ‘yo’? se convierten en los dos grandes interrogantes.

Tirso de Molina nació en Madrid en 1579. De joven ingresó en un convento de la Merced. Se conocen pocos datos de su biografía, entre los que destaca el destierro de la corte en 1625 por parte de la Junta de Reformación por escribir comedias profanas.

Tirso de Molina supo compaginar su condición de fraile y de escritor. En teatro religioso escribió varios autos sacramentales, comedias bíblicas y comedias hagiográficas. Fue defensor de la comedia como espectáculo total y con finalidad de entretener y divertir, además de moralizar. Por otra parte, acentuó la libertad de las unidades de tiempo y de espacio y dio importancia a  la psicología de los personajes.

Con El burlador de Sevilla y convidado de piedra (Sevilla, 1630), su obra más famosa, se inicia el mito de Don Juan. Es mito por sus antecedentes por un lado, la leyenda del joven libertino y, por otro, la tradición de la cena macabra con los muertos  y, sobre todo, por la tradición literaria posterior.

Trata de la historia de Don Juan Tenorio, un joven noble español sin escrúpulos vive demasiado rápido para reflexionar que se divierte con el placer que le produce robar la honra a las damas.

Tenorio proviene de familia noble y el lector-espectador lo conoce desde el principio con carácter desafiante. Se cree capaz de todo y no tiene miedo a nada ni a nadie. Parece que se siente orgulloso del nombre que le da Sevilla: el Burlador. Se esmera constantemente por hacerse merecedor de ese título.

Don Juan es seductor y valiente; al mismo tiempo se sirve del engaño, la mentira y la traición para complacer sus propios juegos. A ello se suma la arrogancia que desprende tras lograr cada burla.

Aunque la obra está dividida en tres jornadas, a menudo ha sido clasificada desde el punto de vista temático. El título da las directrices de cómo puede dividirse la trama: las burlas de Don Juan (“El burlador de Sevilla”) y las cenas y el castigo por parte de un muerto (“convidado de piedra”).

La primera parte se desarrolla de forma binaria. Por un lado, cada engaño tiene dos fases: la burla (cortejo y posesión sexual) y la huida de Don Juan. Por otro, la condición de las damas: dos, Isabela y Doña Ana, son nobles y otras dos, Tisbea y Aminta, plebeyas.

De acuerdo con lo que decía Lope de Vega acerca de la impaciencia del espectador español, Tirso introduce un claro contraste de ritmos.  Dinamismo desde el comienzo in media res de la obra, que se acentúa en la sucesión de las diversas escenas: la burla de Isabela, el diálogo entre Tisbea y Don Juan, la descripción de Lisboa de Don Gonzalo, los gritos de la pescadora, el triste desenlace de la burla de Doña Ana; la muerte del comendador con las escenas líricas de los campesinos. Y también con los diferentes escenarios: Nápoles, Tarragona, Sevilla, Dos Hermanas, la corte, la marina, el campo.

En este dinamismo, se entrevé la caracterización del protagonista como huracán erótico que vive en un eterno presente, que no es más que una continua huida.

Veamos ahora dos de los momentos en los que se evidencia la forma de ser del Tenorio: la burla de Tisbea y la de Aminta. Ambas son plebeyas y el engaño se lleva a cabo de forma muy similar.

Tisbea es una pescadora de Tarragona que se describe a sí misma como sencilla y humilde y se vanagloria de no caer en el enamoramiento. Al ver a un hombre (Don Juan) que rescata a su lacayo (Catalinón), queda admirada. Tenorio ve una nueva oportunidad de burla y no duda en aprovecharla.

De este modo, Don Juan la llena de elogios y le promete matrimonio, jurándole que su amor es mayor que los convencionalismos sociales. Tisbea cede. Y una vez la ha gozado, el Burlador huye a caballo con Catalinón.

Sucede lo mismo con Aminta. Sin embargo, este episodio tiene un sumando que no cabe olvidar: Aminta, labradora, es una mujer que acaba de casarse y aquí entra en juego la burla de lo sagrado. Es decir, los engaños de don Juan van in crescendo. Aminta está convencida de que el amor del joven noble es real y ve en su futura unión un ascenso social. No obstante, Don Juan también la engaña y huye.

Esta burla, que se encuentra en la tercera jornada, no deja de ser un preludio del final puesto que viendo que Aminta no cede, Don Juan le propone matrimonio y jura que si no se cumple, le mate un hombre muerto, como sucederá al final de la obra de Tirso.

En contraste con estos episodios y otros muchos de El burlador…, al final de la obra, Don Juan despierta cierta compasión al público al sentir por primera vez miedo, miedo ante la muerte.

Es interesante la acción de “dar la mano” pues se aplica al pecador un castigo acorde con el pecado cometido. En cada burla, Don Juan le ofrece la mano a la dama (Detente;/ dame, duquesa, la mano/ Esta es mi mano y mi fe/ Ahora bien, dame esa mano) y en la última entrevista con Don Gonzalo de Ulloa, el Comendador le da la mano y acaba con la vida del Burlador.

El parlamento del Comendador (vv. 721-857) es un elogio a la ciudad de Lisboa, modelo mítico en contraste con la corrompida Sevilla que permite a Don Juan el abuso  y la inmadurez de sus acciones. Asimismo, realza la figura de Don Gonzalo como preludio de su importancia en el final de la obra. Cumple la función, por su intercalación, de dejar al público en tensión a la espera del desenlace de la historia de Tisbea.

Así pues, Tirso elige a Don Gonzalo para recitar el elogio a Lisboa por el protagonismo que gana en el desenlace de la trama. Él es quien acaba con Don Juan y quién determina el género de la obra, que empieza como comedia de enredo y se desarrolla finalmente como drama teológico.

 

Un comentario en “El mito de don Juan

  1. Candy Cordero dice:

    Bea, como siempre me encanta la sencillez y calidez de tu prosa. Mientras leía he pensado que estas reflexiones podrían ser muy útiles para aquellos que están estudiando hispánicas. Sigue así. Un fuerte abrazo.

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