Erre con erre

Cuando no va muy lleno, viajar en tren es delicioso. Parece como si el vaivén suave de los vagones invitara a uno a relajarse. Además, la cobertura suele ser fatal, por lo que, desasidos de la esclavitud del móvil, las opciones no son sino dichosas: leer sin interrupciones (al cabo de un par de estaciones, acabas acostumbrándote al megáfono, if you see something that doesn’t look right speak to staff or call British Transport Police on 61016. See it, say it, sorted —la campaña más amortizada de la historia del marketing), garabatear ideas en el cuaderno, dormitar, charlar con el acompañante o contemplar el paisaje. La ventanilla del tren no te da la visión del avión desde la que vislumbras el total, tampoco es la mirada sesgada del paseo. ¿En el equilibrio está la virtud? No hay atascos ni conductores enfadados con el mundo que bocinan a la primera de cambio, no hay que parar a repostar ni a estirar las piernas.

Hemos salido de Waterloo temprano; en qué momento, ay, comencé a madrugar por voluntad propia. La estación, la más grande de Reino Unido, se libra los fines de semana del bullicio agobiante de los trabajadores que llegan tarde a la oficina y acoge a estudiantes que van a visitar a sus padres, turistas madrugadores dispuestos a unirse a un tour por tres ciudades fantásticas que no te puedes perder, londinenses que cumplen con la necesidad de respirar aires distintos durante unas horas y algunos extranjeros afincados aquí que nos resistimos a recorrer Inglaterra con la etiqueta de lo que realmente somos: simples turistas. Las pantallas que anuncian las próximas salidas, los retrasos y las cancelaciones nos concentran a todos delante alzando cada dos por tres la mirada, pendientes de ver a tiempo el andén desde dónde sale nuestro tren, si es que no lo han cancelado —cosa que ocurre con cierta frecuencia.

Nos sentamos en un vagón vacío. Pronto llega un señor y escoge los asientos paralelos. Siempre me ha llamado la atención ese tipo de persona que prefiere sentarse en tu banco cuando la iglesia está vacía o pegarse a ti en el autobús o poner su toalla justo al lado de la tuya cuando hay metros de arena desocupados alrededor. No sé si esa gente actúa por pura costumbre —su banco, su asiento, su pedacito de playa— o que, simplemente, el concepto de espacio vital es diferente para todos.

La salida de Londres es tan deprimente como fascinante. Cuando dejas Waterloo, el panorama es un tanto desolador. Esos edificios nuevos de colorines, sin alma, y grúas que anticipan más y más bloques, los pisos de vivienda social con la ropa tendida en los balcones y algún rascacielos acristalado y moderno que tal vez en otro escenario quedaría bonito. Al cruzar los puentes cargados de grafitis, solía preguntarme a quién le parecería atractiva la idea de plantarse de madrugada a agitar botes de espray. Esta vez, sin embargo, pienso en Carlos Fresneda que, hará cosa de un año, perdió a su hijo adolescente al ser arrollado por un tren precisamente por haberse plantado una madrugada en un puente para estampar una de sus obras artísticas con dos amigos. En paz descansen. Enseguida pasamos por una zona de casas adosadas victorianas de ladrillo. No son feas, aunque no están muy cuidadas. Imagino que con el aumento de la frecuencia de trenes el precio de esas casas en primera línea de vías habrá ido cayendo más y más. Una vez cruzas Clapham, sin darte casi cuenta estás rodeado de campos. ¡Qué bonita es Inglaterra! ¡Qué verde! Poco a poco, van pasando rebaños: vacas y ovejas. Ovejas negras. Baa baa black sheep have you any wool? Yes sir, yes sir. Three bags full. One for the master, one for the dame and one for the little boy who lives down the lane. Llevo un libro para el trayecto, pero apenas leo algunos versos: el paisaje me fascina.

Sin ser yo aficionada a ningún tipo de maquinaria, encuentro en las vías de ferrocarril mucha poesía. No sé si es por lo poco que han cambiado a lo largo de los siglos que dan al paisaje un aire melancólico. O por la vegetación que logra colarse entre raíl y raíl. O quizá es por la imagen de infinitud al perderse en el horizonte. Entre tanto campo, vamos cruzando diferentes pueblos, diferentes estaciones. Y otra vez verde, verde, verde. Algunos lagos. Y el cielo inmenso que hoy está azul y vivir aquí, donde a menudo el gris lo envuelve todo, empuja a la contemplación entusiasmada del cielo despejado.

The next station is Winchester. Please mind the gap between the train and the platform edge. Hemos llegado.

4 comentarios en “Erre con erre

  1. ccorderose dice:

    Una de las inmumerables razones por las que me enamoré de Inglaterra es esa frondozidad y el verde que lo rodea. Tu escrito me ha hecho pensar que todavía tengo muchísimos lugares que visitar. Un fuert abrazo.

    Le gusta a 1 persona

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