Apurando

Uno se propone escribir un post semanal porque suena una periodicidad decente, frente a la exigencia de hacerlo a diario. Sin embargo, cuando no hay quien espere esa entrega sino el propio compromiso, a menudo se encuentran otras trescientas cosas más urgentes por hacer. En ceder un día y no publicar a tiempo se encierra el peligro de abrir la puerta a esa opción y, como es lógico, se repetirá más veces. Es mejor, me parece, reservar esa falta para cuando haya un motivo de peso similar al que te acogerías para no ir al trabajo. Por eso me he sentado a escribir a estas horas, aunque sean las diez y media de la noche.

He de terminar de recoger y limpiar el piso para devolver las llaves mañana por la mañana. Me queda tender una lavadora, cenar y hacer algunos tests del teórico. Además, no recuerdo dónde dejé las joyitas buenas y, a pesar de que estar están en alguna parte, el no tenerlas localizadas genera cierta inquietud. El viernes partimos hacia Oviedo para la peregrinación a Covadonga y, como de costumbre, he dejado los preparativos para el último día. Tampoco es que requiera demasiado, algo de ropa, algo de comida. Quisiera dejar la casa nueva recogidita antes de partir, con tal de reincorporarme a la rutina al llegar. Rutina en la que, por fin, me encontraba a gusto. No sé cuánto sentido tiene; lo cierto es que descubrí que levantarme a las seis, cuando todo todavía duerme, me era más grato que hacerlo a las ocho. Esa hora/hora y media de tomarme tranquilamente el cafetín que he preparado escuchando laudes, leyendo sin prisa, con la cama ya hecha, me hace no sólo empezar el día con buen pie, sino -lo más sorprendente para mí- levantarme con gusto. Ayuda, también, esforzarse por la noche en dejar sí o sí la casa recogida, especialmente la cocina. Quién me ha visto y quién me ve.

Hablé antes con la abuela y, como está un poco mayor y repite mucho las cosas, no ha parado de repetirme lo afortunada que soy, la suerte que tengo porque todo me va saliendo redondo. Supongo que lleva razón, a pesar de que a ratos lo pierda de vista. A decir verdad, esta es una fase dulce, llena de agradecimiento; la constatación de que cuando pones primero lo primero, el resto sale. Laus Deo.

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