Volvemos.
Una vez más. Precisamente la vida interior consiste en esto: comenzar… y recomenzar, que decía aquel. Se puede aplicar a casi todo.
En Centinela y en La Gaceta tienen la generosidad de sacar un artículo mío mensual, pero a veces echo de menos el estar por casa que da un blog personal y por eso he sacado el polvo a este que ya tenía.
Ha calado tanto el mensaje de que uno debe perseguir el éxito, la fama y el dinero, que hacer algo sin ninguna de esas metas en la cabeza puede parecer una pérdida de tiempo. No lo creo así. Lo principal es buscar dar gloria a Dios, seguido de servir y amar al prójimo. Tenemos que aspirar a mirar más hacia la eternidad y menos hacia los bienes terrenales.
En el panorama de la sobreinformación, en el que pareciera que sobran tantas firmas, tantos blogs, tantas entradas de anónimos lanzando al vasto mundo de internet sus chascarrillos y sus anécdotas insignificantes, me disgusta la idea de formar parte de tal entramado. Y, sin embargo, cada vez que me pregunto qué puedo hacer yo ante nuestra civilización en decadencia, llego a dos conclusiones muy claras. La primera y la más importante es la determinación por vivir de acuerdo con la Verdad y hacerlo en una conversión constante – no se puede pretender cambiar nada sin tener muy presente la necesidad de pulir las propias aristas. La segunda es usar algo que me gusta hacer –escribir– al servicio de, por una parte, compartir un estilo de vida y unas ideas que inviten a la reflexión y, por otra, entretener al lector (aunque el lector se reduzca a unos pocos familiares y amigos).
Así que en esas estamos.