Conversaciones con Hergé (Numa Sadoul)

Para mí, Tintín significa, antes que nada, un espacio feliz de la infancia. Por ser la pequeña, los tintines ya estaban todos allí cuando yo llegué. No era infrecuente ver a un hermano leyendo uno. Las referencias a sus aventuras o a los personajes salían naturales en todos. “No sé quién se parece al malo de Las joyas de la Castafiore”. “Esto es como cuando en El secreto del unicornio…”, etc. Primero, mi favorito fue el del Congo, supongo que porque era el más simple y el que tenía menos letra para poderlo seguir sin saber leer. Después, me cautivaron El Loto azul y Tintín en el Tíbet: la amistad con Tchang es de una ternura que roba el corazón.

Los cómics del lomo amarillo siempre fueron algo de casa. Hergé, como Delibes o Azorín, eran mentados como viejos conocidos. Recuerdo los vídeos (¡vídeos VHS!) que regalaban con La Vanguardia, todavía oigo el tono en catalán anunciando “Les aventures de Tintín d’Hergé”. Nunca comentamos los cómics con las amigas del colegio, ni busqué ningún llavero, ni los concebí como nada más fuera de unas viñetas bien dibujadas e ingeniosas. Por eso me sorprendió descubrir el mundo tintinófilo, en el que desfila hasta Luis Alberto de Cuenca. Por otro lado, con los años, al mencionar algo relacionado, me ha sorprendido aún más comprobar que no todo el mundo tenía la colección ni sabe quién es Hergé, y que sólo les suena vagamente el personaje de Tintín.

Es cierto que el joven periodista muestra una sana curiosidad y gran valor para la aventura, una firme convicción para hacer triunfar el bien y una lealtad admirable por sus amigos, incluido —o, sobre todo— el pequeño Milú. No obstante, igual que con El principito —un libro bonito y con cierto mensaje—, si se intenta explotar demasiado, cabe el peligro de resultar ridículo. Posiblemente, la genialidad resida más en la estética —trazos precisos, detalles extremadamente cuidados, ausencia de sombreados—, en los diálogos que consiguen ser breves y nunca triviales, y en la lograda manera de intensificar el misterio en la última viñeta de las planchas impares.

Hace algunos meses, me llegó un tuit de Mario Crespo con una ilustración tipo Norman Rockwell. Empecé a seguirle: además de recomendaciones, dibujos bonitos y comentarios sobre temas interesantes, subía de tanto en tanto, viñetas de Tintín. Con la morriña de pasar el confinamiento en patria ajena, me entraron unas ganas tremendas de volver a ellos. Una vez en Sant Cugat, fue de las primeras cosas que hice. Al lado de los cómics había un libro rojo que había visto siempre y que, sin embargo, nunca le había echado demasiada cuenta. En Conversaciones con Hergé, Numa Sadoul recoge cinco entrevistas largas, cartas y opiniones de personas cercanas al dibujante, una pequeña biografía con fotos y una serie de bocetos y viñetas inéditas o poco conocidas.

Las entrevistas entre Sadoul y Hergé tuvieron lugar a principios de los setenta y abarcan la vida del artista —su infancia y la época en los Scouts, la guerra, su crisis psicológica, la creación de los Estudios Hergé—, la historia de Tintín —los inicios, el crecimiento, el éxito— y la influencia que tiene este en su vida, la concepción del mundo —ideas sobre Dios, su forma alegre de entender la vida, la política, el arte… Recorren también los álbumes y los personajes, con algunos datos curiosos en relación con las traducciones o, por ejemplo, una recopilación de todos los insultos del capitán Haddock.

El Loto Azul marca un cambio en el proceso de creación. Antes, dice Hergé, «yo mismo salía a la aventura, sin ningún guion, sin ningún plan: era, realmente, un trabajo semanal. Yo ni tan solo lo consideraba un verdadero trabajo, sino como un juego, una broma… Oiga, Le petit Vingtième salía el miércoles por la tarde y muchas veces me había ocurrido que el miércoles por la mañana todavía no sabía cómo sacar del embrollo en el cual yo había metido a Tintín la semana anterior». Al terminar Los cigarros del faraón, anunció que iba a proseguir su viaje hacia Extremo Oriente y recibió una carta del capellán de los estudiantes chinos en la universidad de Lovaina diciéndole que antes tenía que informarse y estudiar sobre la cultura china. Este sacerdote fue quien le puso en contacto con Zhang Chongren; allí nacería una sólida amistad, reflejada en El Loto Azul y, sobre todo, en Tintín en el Tíbet.

Dicen algunos que el mayor elogio a un trabajo (el que menos gusta a quien lo realiza, por otra parte) es algo tipo «se te da muy bien, se nota que no te cuesta nada hacerlo». Jacques Martin, dibujante en Estudios Hergé, dice del creador: «los lectores de los álbumes de Tintín se imaginan fácilmente que estas páginas han surgido con una gran espontaneidad. No hay nada de cierto: quien ha visto a Hergé en su mesa de dibujo sabe qué cantidad de paciencia, de esfuerzo y de voluntad ha sido necesario acumular para crear lo que ha creado».

Como sucede con Tchang, el lector encuentra en este librito dónde nace la inspiración para concebir a los personajes. Y descubre que ni siquiera los nombres son una ocurrencia casual. Por ejemplo, Müsstler en El cetro de Ottokar es una combinación de Mussolini y Hitler. O Serafín Latón; explica Remi sobre el nombre: «lo busqué durante mucho tiempo antes de encontrarlo. Necesitaba algo “petulante” que expresase algo rollizo y fofo del personaje. Primero había pensado en Crampon, pero era demasiado explícito y duro. Latón me pareció más conveniente. Y “serafín” acentúa el contraste».

Numa Sadoul presenta a Hergé como una persona optimista y galante, dice que bien podría parecer “latino”. Aunque Georges Remi se vea definido en varios momentos de este libro, quizá mi descripción preferida sea esta: «ante todo yo procuro ser un hombre de buena fe. No niego que pueda tener un fondo “derechista”, porque cursé mis estudios en un colegio católico, como un joven burgués. Pero no me siento en absoluto “burgués”, como tampoco me siento de “derechas”, ni tampoco de “izquierdas”. Lo que sí es cierto es que soy un hombre de orden».

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